Me desperté sobresaltado.
Abrí los ojos y allí estaba frente a mí, su voz era un vómito que me incitaba a
matar una vez más. El mal que anida en mí se alimenta de ese murmullo insidioso
que nubla mi razón por completo, pienso en cosas terribles, cosas en las que
nunca pensaría. Pero mi estado previo a las visitas del ente es una nube
difusa, no recuerdo nada de mi vida anterior quien era, lo que pensaba o me
motivaba, he dejado de pertenecerme a mí mismo.
Me levanto, observo mi
cama vacía, me dirijo a la cocina, sigiloso, tomo el cuchillo, acaricio la hoja
afilada, el ente sigue hablando dentro de mi cabeza; una cantinela obsesiva que
anula mi voluntad. Por encima del hombro veo al ente que me observa en
silencio. Me giro rápidamente y descargo mi furia sobre el ente, que se
desvanece, caigo de bruces, me golpeo la cabeza, suelto el cuchillo y me pongo
a sollozar de rodillas. Tras dos semanas de pruebas me diagnostican
esquizofrenia paranoide. La medicación contiene al ente por un tiempo, pero
vuelve, cada vez con una frecuencia mayor y parece haberse fijado un nuevo
objetivo... yo mismo.
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