Venganza



Fué como si todo mi mundo se viniera abajo; todo aquello en lo que basaba mis creencias dejó de tener sentido: la lealtad, la honestidad, el compromiso, la fidelidad: todos los valores que me enseñaron a valorar y a respetar se esfumaron cuando encontré a mi querida esposa entregada a sus más bajos instintos junto a mi único y despreciable hermano, jadeando los dos como bestias del arroyo y sin pausa para el respiro.
Al verles no les dije nada y me retiré del lugar como un perro con el rabo entre las piernas.
Después de aquella experiencia necesitaba tiempo para reordenar mis esquemas y aplacar la ira reprimida, me dirigí al centro y busqué una ramera con quien descargar mi furia, luego bebí y seguí bebiendo hasta que perdí la conciencia. Entre brumas ví instantaneas de un antro oscuro que apestaba a incienso, adornado con figuras de santones y parafernalia brujeril y de un rostro grotesco cuya boca flacida recitaba conjuros imposíbles de reproducir. Cuando llegué a casa tambaleandome por la borrachera y logré subir el tortuoso tramo de escaleras que conducían a la habitación, encontré a la traidora y a su amante torturados y asesinados de forma inasumible incluso para mi mente sedienta de venganza: a ella le habían ensartado un palo en su  vagina, la extremidad del cual salía por su carnosa boca de labios operados. A mi despreciable hermano, la alimaña capaz de engañar a su propia sangre le habían cortado las extremidades insertandolas con clavos en las paredes del cuarto. Y como si todo esto no hubiese sido suficiente, le habían cortado el pene y se lo habían introducido en la boca. Después de haber contemplado el suplício al que habían sometido a mis seres cercanos, que alguna vez fueron queridos, me puse a reflexionar sobre lo que hice la noche anterior y creo que no me cabe la menor duda al respecto: vendí mi alma a cambio de venganza y esto me ha convertido en vasallo de voluntades oscuras y ejecutor de los deseos de otros hasta el fin de mis días o hasta el principio de la eternidad.


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