La bestia

Mientras sujetaba el pomo de la puerta con mi mano, repasaba todas las tacticas que había estado usando recientemente tratando de intuir cuál podría ser la más efectiva. Finalmente decidí pasar a la acción, y salí de allí pasando por alto cualquier precaución. La bestia estaba allí, agazapada, vigilante, escondida en algún lugar de la casa esperando mi llegada, dispuesta a saltar sobre mi cuello. Era una horrible criatura que se movía sigilosa por los rincones. En ocasiones tenía que taparme la nariz para que el penetrante aroma que despedía no me irritara las mucosas.

Paciente, a la espera del momento justo, me observaba con sus ojos  inyectados en sangre, esperando ansiosa su cena. Escuché su respiración jadeante y su espumosa boca emitir un gruñido infrahumano. Había olido mi presencia y estaría babeando con el sabor anticipado de la carne fresca. Continué avanzando, una opresión en el pecho me impedía respirar con fluidez y un sudor nervioso empapaba mi frente. Mis manos comenzaron a temblar. De repente, un rugido ensordecedor hizo temblar la estancia. La bestia avanzaba hacia mí entre espasmos, los brazos extendidos, su boca abierta buscando mi cuello. Mi corazón palpitaba desbocado. Alcé la pistola y disparé repetidas veces sobre el espejo hasta agotar el cargador. El ruido de los cristales al caer lo inundó todo, luego sobrevino la calma. La bestia ya no estaba, sólo quedaba el aroma de su piel flotando en el ambiente mezclado con el humo de la polvora.
Permanecí helado, aunque bañado en un sudor pegajoso, mi mano temblorosa aún sostenía el arma con su cañón humeante. La bestia había desaparecido...por el momento.

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