La foto



Un día, al salir del instituto, decidí tomar un camino diferente. Después de andar unos minutos, ví a una niña llorando y me acerqué a ella para preguntarle qué le pasaba. La niña señaló a una casa en ruinas y entre sozollos me explicó que su gato se había metido allí, la niña confesó que tenía miedo de acecarse y como la ví afectada por perder a su mascota, decidí ir a la casa y rescatar a su gato. Al llegar a la entrada, encontré la puerta abierta, y apenas entrar, ví al animal cruzando delante mío a toda prisa, y desapareciendo de mi vista casi al instante. Traté se seguirle y cuando recorrí el pasillo, el gato estaba allí, en medio de la habitación, mirándome fijamente, parecía como si hubiese estado esperadome. La habitación parecía pertenecer a una niña; tenía las paredes forradas de papel con dibujos estampados y las estanterías llenas de muñecas, pero no fué esto lo que me sorprendió sino que la habitación, a diferencia del resto de la casa, estaba inmaculada; limpia de polvo y de cascotes de ruina.
De pronto hubo algo que captó mi atención; era una foto colgada en la pared donde aparecía una família posando: un hombre, una mujer y una extraña niña con un gato en brazos, cuando reparé en la niña de la foto y en sus rasgos, ví que estos eran exactamente los mismos que los de la niña que me estaba esperando en la calle. La foto parecía tomada con una de aquellas antíguas camaras de lentes que daban a las imágenes esa textura de color sepia tan particular. No podía reaccionar, lo que estaba viendo me dejó atónita, y mi unica reacción fué la de echar correr chocandome contra las paredes, los marcos de las puertas y tropezandome con las vigas de madera derruidas. Cuando llegué a la calle, la niña ya no estaba, como era de esperar.
Esto me ocurrió hace unos dos años, tras vivir aquella experiencia, me puse a indagar en la historia de aquella casa y de la família que vivió en ella. Se que pude haberlo dejado todo como una siniestra anecdota pero había detalles en aquella foto antígua que no podía olvidar, tales como la expresión de panico reprimido  en la niña, la petrea expresión del padre mirando fijamente hacia la cámara, el dolor y la impotencia en el rostro resignado de la madre; una história despiadada, de dolor y sufrimiento que había dejado su impronta entre los muros de aquella vieja casa dejandola marcada para siempre.
Ví lo que aquella niña quiso que viera y cuando su gato me guió hacia la habitación fué por un motivo concreto, por eso hice lo que pude por ella; lo único que estaba en mi mano hacer con mis escasos y limitados conocimientos: durante los meses siguientes acudía cada mañana a depositar flores frescas en la puerta de aquella casa y permanecía varios minutos allí rezando. Apenas conozco dos o tres oraciones, tampoco me considero una devota ferviente, pero cerraba los ojos y trataba de que mis pensamientos llegaran puros y límpios a su destino. Hace unos días, la niña volvió a aparecerse en sueños y con rostro sereno, me dió las gracias y se despidió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario