Era un largo camino a
través del bosque, yo me ofrecí voluntario porque pagaban bien y la recompensa
era alta, solo dos se atrevieron a ir conmigo pero con cierto recelo. Tras
caminar entre barrancos escarpados y profundas hondonadas, llegamos a una
bifurcación donde tendríamos que decidir por uno de los dos caminos que
conducían a la mina abandonada: el de la izquierda estaba sumergido entre la
vegetación, el de la derecha era un camino amplio y despejado, con el
inconveniente de que tendríamos que vadear el río. Tras varias horas de caminata llegamos a un
valle frondoso con montañas a ambos lados, desde donde podíamos vislumbrar las
ruinas de la antígua mina. Montamos nuestras armas y decidímos bajar esperando
encontrar al fugitivo agazapado y encogido de frío en los salientes del túnel
pero a mitad de camino, algo nos paró en seco: era el sonido de un grito que no
parecía proceder de garganta humana, mezcla de viento gélido y de eco atroz. Y
de súbito, un profundo temblor sacudió mi cuerpo, cerré los ojos y me quedé
paralizado. Cuando recuperé el control y me y di la vuelta, pude ver las caras
de horror de mis compañeros, ví que echaban a correr colina arriba y yo les
seguí. Pero ese grito no parecía alejarse, sino que nos perseguía, nadie se
atrevió a volver la vista atrás adivinando la procedencia sobrenatural de aquello
y porque de haberlo hecho, quizás ahora no estaría aquí contando esto; sería
otra de las almas cautivas que habitan aquel paisaje maldito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario